Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

lunes, 14 de febrero de 2011

NOVIAZGO PATERNO


Valladolid, 10 de julio de 2007
Por mil y un motivos y por conocer a los dos principales protagonistas, esta historia me parece un hermoso canto al amor. Igual da el día en que se publique. Aun así Feliz día de los enamorados a todos los que tienen la suerte de que unos ojos se miren en los suyos y alguien le diga: "Te quiero"... o "recuerdo el día en que te vi por primera vez".

 Queridos hijos y nietos:
Bien sabéis que Saldaña no es mi pueblo, pero como si lo fuera, porque allí viví muy alegremente la juventud, el tesoro de la juventud que hoy me queda tan groseramente lejana, y en razón de ello me siento, en gran medida, hijo del pueblo y como a otro saldañés más de los que residíamos fuera -yo por entonces trabajaba en Madrid- acudir a las fiestas patronales constituía una ilusión que no desaprovechábamos.

Muy encima ya el día de la Patrona: la Virgen del Valle, el autocar que cubría la ruta Palencia-Saldaña iba sobrecargado, más pasaje de pie en el pasillo que sentado.
Me encontraba entre los apretujados y a pie firme coincidiendo a mi lado una muy conocida saldañesa acompañada de una amiga -chulada de chica- que me presentó como una vallisoletana que acudía  a pasar las fiestas con sus abuelos, coincidencia, vecinos, puerta por medio, de mi madre.
Tal presentación, por una sarta de circunstancias y casualidades especiales, tuvo trascendentes consecuencias. Quiero decir que a veces el azar  nos coloca  en el lugar preciso y en el momento oportuno para que se cumpla lo que en el libro de la vida está escrito, o sea,  que aquella  vivaracha jovencita sea hoy, ni más ni menos, que vuestra progenitora.
Contaré la graciosa travesura de que fue protagonista, y yo espectador en primera fila.
El asiento más próximo a la joven pucelana lo ocupaba bien repantingado un mozo con toda la trazas de ser un Juanito Tenorín de vía estrecha, que parlanchín trataba de ligar con ella, que muy incómodamente aguantaba a pie juntillas.
La chica, en animada charla con su amiga, no prestaba la menor atención a los requiebros del conquistador, que seguía insistiendo pese a los fallidos intentos, pero de pronto, digamos que dolido, sacudió la cresta y cacareó: “espero que nos veamos en Saldaña y bailemos”.
La mocita, con una mirada saturada de menosprecio, soltó un rotundo:
- No -dijo-. Existe un obstáculo, no me gustaba bailar con chicos poca cosa.
- ¿Qué quieres decir con poca cosa? -preguntó el mocete.
- Quiero decir bajitos -aclaró ella.
- ¿Bajito? -se defendió él-. No es porque yo lo diga, pero soy alto, y no tan poca cosa.
- No lo parece, si te pones de pie lo comprobaré.
De un salto se levantó el ingenuo mozalbete, circunstancia que ella, ágil y escurridiza, aprovechó para graciosamente ocupar el asiento del mozo, a quien, por cierto, mirándole de arriba abajo, le dijo que efectivamente era alto, pero pese a ello no bailaría con él por lo poco galante que se había mostrado.
          Fue divertido ver al pobre aspirante a tenorio perplejo y corrido como una mona, y a los pocos que nos percatamos de la faena -porque todo ocurrió muy discretamente- admirados de la singular  estratagema de que se valió la de Valladolid para  burlarle el asiento y dar su merecido al casanova. Y a mí, motivo suficiente para pensar que allí había mujer bonita, simpática, con chispa y facilidad para hablar y obrar.
Ya en el pueblo y en pleno bullicio del festejo, las cosas fueron a más:
La mocita saldañesa compañera de viaje, noviaba con el fotógrafo del pueblo, así que excusado es decir quién era le jefa del estudio fotográfico y cómo ella y sus amigas se hacían las fotos que se les antojaban.
A mí también me unían lazos estrechos de amistad con el retratista y no me faltaban fotos gratis, por supuesto. Así las cosas, ¡pues eso!, mirad como se enredó la madeja.
Obdulia vio en el estudio una foto mía y sin más se la guardó en el escondite de la pechera. Yo vi otra de ella y sin más miramientos, ¡a la cartera!
Por la noche bailando, la tal fotografía, pienso que en connivencia con el hado, se mudó de lugar deslizándose hasta la espalda, donde la localicé.
 - ¿Parece una foto?
- Lo es.
-¿De tu novio?
-No tengo novio.
- ¿Se puede ver?
- Es un secreto.
- ¡Qué misteriosa!...
Total, después de mucho suplicar porfiadamente la mostró.
Sorpresa, ¡era la mía! De nuevo sorpresa cuando le mostré la  suya.  Sin duda aquel interés mutuo fue la chispa  que hizo que nos enamorásemos perdidamente el uno de la otra y la otra del uno.
El resto: como la chica se hacía querer por guapa, simpática y salerosa frescales, pero con un corazón de oro y muy dispuesta a no escatimar sacrificio alguno para complacer a los demás, ocurrió lo típico, noviazgo, boda y poco a poco vosotros, a quienes beso, abrazo y deseo salud, amor y felicidad. 
                                      Félix
                                        Progenitor… y abuelo