Historias de toda una vida

Cartas que agrada recibir

domingo, 27 de febrero de 2011

INMEJORABLE HUMOR


Lo mismo te deseo guapo

Querida Rebeca y demás seres queridos:

Para todos un domingo sano, tranquilo, alegre, con un humor tan inmejorable que riais mucho y mucho rato, es más, si la vida es hermosa ¿porqué no reír siempre?

Besos y abrazos.

Félix
 

ADÁN NO TUVO INFANCIA

Ciertamente es una bonita forma de contar nuestra sagrada historia…
A ti, querido Yayo ¿quién te la contó?


Valladolid, 21 de Septiembre de 2001

Querida hija, atención Rebeca: Voy a dar completa respuesta a la pregunta que ha años me formulaste referida al modo y manera que Dios hizo a Adán y la edad en el momento de su creación. La respuesta se ha retrasado  pero ha merecido la pena, porque hoy tengo información fidedigna y detallada de los hechos.
Daré primero contestación a la segunda pregunta tocante a la edad: Adán no tuvo madre ni tampoco infancia, luego niño no era; nació  hecho todo un arrogante mocetón en plena juventud, 18 ó 20 floridos abriles, la edad de los ángeles ya hecho y derecho, como Jorge hoy, pero más guapo, y si hubiera tenido abuelo, mejor nieto, porque este nieto mío todo el rato se lo pasa despeinándome, ¡Qué irrespetuoso!
En cuanto al resto de los hechos, nuestro primer padre fue hecho artesanalmente, auténtica artesanía,  y nada más y nada menos que por el mismísimo Creador, el más genial y venerable alfarero, máxima autoridad en el oficio. Es la única cosa que el Altísimo ha hecho a mano, todo lo demás le bastó pronunciar la luminosa palabra: "hágase" y brotó, por ejemplo, la luz de las tinieblas  y de la nada el mogollón infinito de astros.
Qué profunda emoción imaginar al Supremo Hacedor tomarse la molestia de ensuciar sus celestes manos para llevar a cabo la pasmosa obra de arte que somos, la mayor extravagancia del Universo.
Cierro los ojos y con los de la imaginación veo a su Divina Majestad  cavando tierra del Paraíso y, ajetreado, cargando como burro de tejero el barro; cernirla después con exquisita meticulosidad para eliminar calizo y chinas, mezclar con agua para que esponje y  dejarla en reposo .
Finalmente, sin delegar en nadie la solución del cúmulo de complejidades, desgastar y modelar. Es lo más probable que usara delantal  para preservarse  de la humedad de la botijera pella, pero metiendo los brazos hasta el codo, rajadas las manos y agrietada la piel, los dedos con pizca de arcilla en las uñas. Y no sólo las manos, también los pies, dale que te pego al torno, y todo por puro capricho divino.
 Hemos llegado al barnizado; aquí salta un oscuro detalle que otro día contaré, que ataca a Lucifer por su escalofriante descaro. Pero a lo que iba, allí tenemos al Todopoderoso atizando un horno auténticamente bíblico hasta alcanzar la temperatura necesaria  para que después de doce horas de cocción, Adán no quedase crudo. El Sumo Hacedor mira satisfecho y complacido su tesoro de barro, le infunde vida con su aliento y un espíritu a su imagen y semejanza.
Ya tenemos a nuestro archirrequetebisabuelo  corriendo de acá para allá por el Paraíso, pero tan solo que Jehová pensó que un hombre sin compañera resultaba un sujeto no completamente realizado, y qué broma maravillosa le gastó el Padre Eterno  a Adán con lo de Eva.
 Cuando el primer hombre sobre la tierra despertó y  contempló dormida a su lado a criatura de tan singular belleza quedó absolutamente fascinado, no era para menos; una morenaza de ojos violeta, rostro encantador, tipo ideal, una mata de pelo azabache que caía en cascada espalda abajo hasta los pies. Para llevar a cabo tal portento de criatura  con perfección digna de Él, la mayor maravilla salida de sus  manos, el Supremo Acedor echó mano, no sólo de su divina imaginación y experiencia adquirida, también de un nuevo material más sutil.
Se dijo a sí mismo que de barro, nada,  ni tampoco de la trigésima costilla, utilizó un sueño feliz de Adán, por eso la mujer es otra cosa.
Encantado se sentía el Divino Alfarero contemplando a la feliz pareja correteando entre flores, pájaros y mariposas por el Edén, jardín botánico del Cielo recientemente creado para ellos y que Adán conocía como la palma de su mano, apiporrándose de  las más dulces y exquisitas frutas: mangos, piñas, guanábanas, chirimoyas, y pomarrosas, esa fruta con aspecto de manzanita...
Pero… nunca falta un pero, aquel gozoso vivir despertó el aborrecimiento de Luzbel, que verde de envidia y abominable lucidez no hallaba reposo tramando mil astutas estratagemas para perjudicarlos.
 Probó primero convencer a Adán para que contraviniendo el mandato divino mordiera el fruto prohibido y fracasó rotundamente. Lo intento después con la pizpireta Eva entrando por el camino de la vanidad. Para ello Satán, con diabólica artimaña, se metamorfeó  en víbora chirrionera,  en pérfida serpiente pico de oro que de pronto se dejó caer del manzano y con gracioso y mordaz quiebro se plantó delante de ella.
Debió ser un  reptil muy diferente a los que conocemos, una culebra magnífica, encantadora, elegante, parlanchina, simpática, persuasiva, tan fascinante que fascinó a Eva, y lo peor, Eva a Adán.
Nada de manzanas -chilló él- , pero Eva, según Adán, era una manzana muy rica y nada pudo hacer ante la fuerza de persuasión de los ojos de hurí y las suaves  y melosas palabras de Eva.
-  Vamos,  Adancito, no seas así, Una manzana al día da salud y alegría.
- Bueno, bueno -cedió él como un bendito- si quieres tú, quiero yo, aunque no quiera.
Y mordieron la manzana indigesta que les devolvió el mordisco, pues de inmediato surgieron las discordias  con mutuas acusaciones de culpabilidad al ser arrojados del Olimpo  de la peor de las maneras: barridos a empellones por el arcángel en alto la espada de fuego.

Vino después lo de nuestro remoto tío Caín -Caincito para Eva- que por haber nacido contra las tapias del paraíso, perdido por algo ajeno a él, gastaba una mala leche impresionante e hizo lo que no tenía que haber hecho, el quijadazo  en la cabeza del buenazo de Abel, trágico suceso que provocó el estallido del primer conflicto bélico mundial. Pero esa es otra historia.

Besos y abrazos


ANÉCDOTA EN MEXIQUITO LINDO…

Como veis hoy toca publicar después de varios días de no poder; con esta son tres las de hoy.
La siguiente –véase la fecha- fue escrita espacialmente para Rebeca con motivo de su cumpleaños y dice así:

Valladolid,  25 de Mayo de 2009

Rebeca, nieta cumpleañera: Bien sabes que por merecimiento te tengo colocada en lugar preferente en mi corazón, ¿O no lo merece el noble y bonito cariño que me demuestras en todo momento? Justo es, pues, que altamente agradecido, para hoy, 25 de mayo, risueño día de primavera, tu fiesta onomástica, y, por supuesto, para el más parasiempre de los parasiempres, te desee que el cielo y la tierra te sonrían y seas feliz sin límites. Quiero decir: esa gran  felicidad que proporciona procurar hacer felices a los demás. Como obsequio esta anécdota, porque no es sino una humilde anécdota lo que te cuento.

 Como decía Cantinflas: “p’aqué desnegarlo”, en Méxiquito lindo, por aquel entonces -y temo que todo siga igual, igualito- la policía era perfeccionable, pues la imagen que proyectaba resultaba tristemente negativa. Ahí van un par de ejemplos irritantes del sin fin de ellos que tenían lugar cotidianamente.

Paseaba yo muy quitado de la pena un día; anochecía y por la calle en aquel momento con apenas transeúntes, de pronto, de un recoveco hacen su aparición dos polis que me abordan y con descaro inaudito me dicen que si no sé, que está penado orinar en la vía pública.
-       Perdón, señores policías -me defendí-. Orinar ¿yo? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿En qué momento?
-       Cómo de qué no -siguen con el infundio-. ¿Qué hacía entonces merodeando en actitud sospechosa?
-       Señores agentes, ni orinaba ni merodeaba.
-       Como para entonces ya tenían claro -por el color de mi piel, por las facciones, por el acento al hablar- que era español, seguro que pensaron, ¡a por él!
-       O sea que para un hijo de la Madre Patria la policía mexicana es mentirosa ¿no?
-        Señores, yo no he dicho eso.
-       Eso es lo que ha dicho, no se raje, amigo, y orita mismo ¡jalando p’al bote!
Eran, claramente, cuacos sobornables y era bien conocida su movida, se trataba de apantallar para que soltase más fácilmente la lana, por lo que no me mosqueé mucho, aunque sí dije allí para mis adentros, Félix, ya te cayo el chauistle, la mordida  no tiene remedio, más aún así ponte chango porque gachupín y con estos móndrigos tracaleros nunca se sabe, pero bueno, como no hay peor lucha que la que no se hace:
-       Bien, señores, ¿de a cuánto?
Cinco  pesos era lo normal en tales casos, pero ahora ameritaba “mordida” más sustanciosa. Regateando el monto de la tajada, sin ponernos de acuerdo, llegamos al edificio de la comisaría, y entramos. Ya dentro, para qué más que la puritita verdad, algo se me aceleraron las pulsaciones, pues bien parecía que aquellos esbirros estaban decididos a trincarme en chirona, y ¿cómo demostrar mi inocencia si era mi palabra contra la suya y compinchados eran todos uno?

-       No hay que ser, señores agentes –les supliqué-. De a tiro ustedes quieren pasar a perjudicarme, ¿qué les beneficia torcerme? Total, ustedes dicen cuánto y aquí no ha pasado nada.

Los méndigos esbirros me pillaron ahorcado y se quedaron con todo lo que llevaba encima, que tampoco es que fuese mucho, quiero recordar que se trató de unos quince pesos, que di por bien robados, pues con ellos evitaba pagar una multa de mayor cuantía y el titipuchal de enojosos chanchullos en que te veías envuelto cayendo en manos de la justicia.
Fácil, pues, comprender que salí de allí más volando que corriendo; para decirlo en plan jocoso, con el alma henchida de regocijo por verme libre de aquellas molestas chinches.
Verdaderamente, México está lleno a rebosar de personas y cosas suaves, rechulas, maravillosas, pero, precisamente, la policía no figura entre ellas.

          Aún en otra ocasión visité un cuartel de la policía, en ésta las cosas se complicaron algo más al tratarse de una cuestión enteramente diferente.

Un joven chamacón al volante de su coche -una carcacha revieja- embotado el cerebro por los  efluvios del alcohol, al voltear de San Rafael a Roberto Gayol giró en redondo y vino a empotrarse de lleno contra la gran puerta metálica de nuestro taller de litografía. Por fortuna y milagrosamente a él no le ocurrió nada, en tanto que el coche quedó como acordeón y la puerta hecha un ocho.
El fuerte impacto organizó tan ruidosa escandalera que incluso en la delegación, como bien sabéis unos cientos de metros más allá en la misma calle y de inmediato se presentaron allí dos policías que sin más trámites nos llevaron detenidos al beodo y a mí como dueño de la puerta abollada.
No niego que iba requetechiveado porque en manos de la poli arbitraria aquello de que quien no la deba no la tema, no rige, y, efectivamente, mis temores pronto se hicieron realidad, puesto que no había transcurrido media hora y ya me había llevado la chiflada, dado que las cosas se habían acelerado y me hallaba en el calabozo.

          Los agentes aprehensores se apresuraron a exponer los hechos ante el superior, pero al no encontrarse en su despacho preguntaron a un empleado, un achichinque chimuelo que escribía en una vieja máquina (que bien conocía yo por pasar todas las mañanas frente a la puerta de casa).
-       ¿No está el jefe?
-       Orita mismo, no; salió por un chico rato. Ai vengo -dijo-. pero hagan cuenta de que por hoy ni sus luces, si acaso retachará el día de mañana.
Pero ahí llega el subcomisario.
Efectivamente, por la puerta de la calle con actitud altiva apareció un jefecillo que arrogante y autoritario llegó  preguntando:
-       A ver, agentes, ¿qué pasa aquí?
-       Con la novedad, jefe, que estos señores andan de pleito por cuestión de un encontronazo.
El muy méndigo chiquilicuatro sin más razonamiento ni averiguaciones dictaminó tajante:
-       En ausencia del mero, mero jefe, lo que cuadra hacer, por si es sí o es no, que jalen p’a dentro y mañana en su presencia se averiguará y procederá.
-       Con perdón, señor comisario –me atreví a preguntar-. Bajo que cargos se me detiene, yo no he quebrantado ninguna ley, soy el perjudicado.
-       Aquí quien pregunta soy yo, usted cierra el pico y gritó:
-       Agentes, p’a luego es tarde, enciérrenme a éstos.
-       Lo que usted mande, jefe. Jálenle, pues, píquenle p’adelante.

Y sin mucho miramiento, más bien a empellones, nos condujeron a un cuarto común no muy grande destartalado, húmedo, sofocante y sombrío; los muros tan llenos de  desconchones como de inscripciones léperas, el suelo de colillas y escupitajos, en el que se apretujaban  otros detenidos, entre ellos borrachines, rateros, mujeres de la vida alegre, vagos, golfos, drogadictos…
Acomodado en un tablón que servía de asiento pasé no menos de seis largas horas tratando de no pensar en nada,  no ver nada,  no oler nada, tocado como estaba por un sentimiento de desconsuelo e indefensión.

          Mi mero cuate Sergio Tigrio Arredondo, esposo de la Morena, que aunque no era nadie, quiero decir que no pasaba de ser otro ciudadano más, normal y corriente, pero como en sus horas libres se dedicaba a vender zapatas a plazos a los policías,  por tal motivo en ese ambiente se relacionaba con todo el mundo y su influencia me libró de pasar una amarga noche en chirona. Pues tras localizar al comisario y platicar con él vino a verme:

          Újule, mano, por más lucha que le he hecho, el jefe, un colmilludo tracalero que como ladra muerde, dado que el chavo es insolvente, y, consecuentemente, tú el chivo expiatorio, dice que hay que jalar parejo. Más clarito, que hay que escupir una pasta gansa, pero, ultimadamente, lo que cuadra es que salgas de esta ratonera ¿no?  

-       Por supuesto, qué se la va hacer, no queda otra, pero que sea pronto, repronto, me anda por emprender graciosa huída lejos de esta jaula.

Ya en la nochecita, tras hacer efectiva sustanciosa “mordida”, me concedieron la ansiada libertad. No digo que lo fuera, pero de todo aquello me quedó la desagradable impresión de haber sufrido un descarado atraco con secuestro impune.

          Los progenitores del chango borrachuelo poseían un changarrito donde despachaban refrescos, zumos, tortas… Sergio, con aires de persona importante, alto, robustote, rubicundo, ojos azules… era bueno, muy lanza, muy tranza actuando como si ejerciese la abogacía, así que allí me presenté con mi abogado, el licenciado Tigrio Arredondo que con su lindo pico como de chichicuilete logró obtener como garantía del pago del importe de la nueva puerta, dado que dinero no tenían, la tele, licuadora, estufa y otros teliches.
La peritita verdad es que no me sentí precisamente muy feliz con la faena, más bien pasé malos momentos conmigo mismo atosigado por un amarguillo remordimiento, preguntándome si había obrado como Dios manda arrebatando a aquella humilde gente sus herramientas de chambear, y ahora ¿qué? ¿Cómo me pagan, y sobre todo cómo comen y cómo viven?

          No me quedó otra que apresurarme a devolverles sus chivas, con el agradecimiento del buen hombre que prometió:

-       Jefecito, primero Diosito cumpliré pechando hesta con el último peso.

Cumplió con buenas palabras, pero lo cierto es que nunca vi ni el primer centavo. La mera verdad es que tampoco podían.

Este es el “THE END” de mi aventura.

          Abrazos y besos en ambos pómulos de este vejete que aún le queda algo de espíritu juvenil para animarte a seguir haciendo lo que haces: enfrentarte a la vida con mucha alegría y máxima energía. Adelante, que por optimismo no quede.


Félix, tu yayo

COMO DECÍA CANTINFLAS…   QUIUBELE MANITO